Cada usuario de la aplicación obtiene la fuente totalmente equipada como parte de la aplicación, y la fuente se utiliza para crear texto en páginas que son únicas e interactivas, dependiendo de la entrada del usuario.
Eso es fundamentalmente diferente del texto en el material impreso, que es estático, y realmente tipo que se ha establecido.
El principio involucrado es que una fuente es una pieza funcional de software, no sólo una colección de imágenes de letras. Si el texto, o el aspecto de una página, puede ser editado por el usuario, entonces éste está realizando esencialmente una composición tipográfica, y debería pagar por dicha funcionalidad; esto se compara con un documento impreso, en el que las páginas son estáticas.
La equidad del principio se debate continuamente, impulsada por la constante evolución de los dispositivos de visualización de texto en el mercado. Desde los primeros tiempos de la autoedición, esta dinámica ha servido para crear una próspera cultura tipográfica, un sector industrial poblado por fundiciones propiedad de diseñadores. Es algo que hay que decir, teniendo en cuenta la paliza que la tecnología digital ha administrado a los profesionales de la creación de contenidos, como los músicos y los fotógrafos. La variedad de estrategias de concesión de licencias empleadas por las distintas fundiciones (mencionadas por Stephen Coles) indica que el mercado está funcionando como debería, de forma ecológica/homeostática, para resolver lo que mejor funciona tanto para los compradores como para los vendedores, al tiempo que mantiene la pelota en movimiento.