Los juegos freemium son gratuitos. Eso es un gran incentivo para atraer a la gente porque no hay un coste inicial.
Como usted señala, los juegos freemium tienen una jugabilidad poco profunda. Sin embargo, esto es una ventaja porque se dirigen a jugadores ocasionales que no son muy hábiles y no siempre tienen mucho tiempo para dedicar al juego.
Lo que sí ofrecen estos juegos es una emoción rápida y barata que hace que el jugador vuelva a por más. Así, cada nivel es relativamente corto y las primeras etapas son realmente fáciles de enganchar. Candy Crush es un buen ejemplo porque los juegos freemium tienden a ser como los caramelos: nutricionalmente dudosos pero dulces y, por tanto, atractivos.
Otro aspecto del éxito de los freemium: el social. Animan a recomendar el juego a los amigos (a cambio de alguna pequeña bonificación dentro del juego), lo que impulsa el crecimiento. Y tus amigos normalmente tienen que iniciar sesión activamente y hacer algo para ayudarte, por lo que consigues que los jugadores regañen a sus amigos para que sigan jugando.
Los juegos freemium también tienen límites artificiales puestos. El producto base es gratuito, pero para algo especial -que quieres una vez adicto- tienes que pagar. Más problemáticos son los límites artificiales en forma de tiempos de espera para regenerar maná, energía, puntos de acción o su equivalente. Así que si estás jugando y te quedas sin movimientos vas a querer pagar unos céntimos por más.
Y aquí quizás esté la razón última del éxito del freemium’s: los micropagos. Porque cada compra es tan pequeña que no la sientes. ¿Qué son 20 céntimos a cambio de unos cuantos movimientos más y otros 10 minutos de diversión? Pero todos suman. Es la muerte por mil cortes.